Del blog 1000asuntos de Mila Ramos.
Publicado el 3 de abril de 2020 por 1000asuntos
Europa es hoy el centro de la pandemia del COVIP-19 y dentro de sus fronteras se vuelve a sentir la falta de consenso entre unos países y otros, aunque parece que hoy por fin, a 3 de Abril de la primavera del 2020, el sentido común se impone a las suspicacias y parece que habrá un importante apoyo, probablemente menos de lo que en realidad vamos a necesitar, para países a los que el coronavirus ha pegado fuerte, como es el caso de Italia y España.
Mientras tanto al sur de nuestras fronteras, África se enfrenta a la pandemia, para ellos y ellas no es la primera ni será la última, sin medios económicos, humanos y técnicos y con una sanidad deficiente que lucha a diario contra el cólera, la polio, el sarampión y la malaria entre otras enfermedades que en Europa y en el mundo desarrollado en general son a día de hoy curables o están erradicadas.
Ayer hablaba con mi amigo y compañero Mohamed Ag Akeratane, coordinador país en Malí de la ONGD española Mujeres en Zona de conflicto (MZC) y activista a favor de los derechos humanos y de forma especial contra la esclavitud. Hablábamos de cómo la pandemia está entrando lentamente en el país y de las medidas que el gobierno del presidente Ibrahim Boubacar Keita (IBK) ha decretado.
El presidente IBK ha ordenado entre otras medidas el confinamiento, en un país golpeado por la pobreza extrema, la sequía pertinaz y el yijadismo, donde él sabe muy bien que esa medida es imposible de cumplir, de manera que los mercados de Bamako o de Sikaso continúan teniendo su actividad de todos los días, pues la mayor parte de las personas de Malí, especialmente las mujeres, no tienen mas remedio que salir cada día, con alguno de sus hijos a la espalda, para vender bolsitas de agua, telas, jugos o cualquier otra cosa que les permita a su familia ese día comer al menos una vez, normalmente arroz con salsa de tomate y pasta de cacahuetes.
Además la mayor parte de las viviendas no reúnen las condiciones precisas de habitabilidad. La vida en Malí se hace en la calle: se cocina en la calle, se lava la ropa en la calle, se peinan unas a otras en las calles, las madres amamantan a sus hijos e hijas en la calle, se duerme en la calle y se muere en la calle.
Por otra parte el país prepara unas elecciones que no se han desconvocado y que suponen ya en si mismas una invitación a salir a la calle.
Y si en las ciudades la situación es complicada, en las aldeas no lo es menos, pues las personas que allí viven hablan de la enfermedad como algo ajeno a su micromundo, hasta tal punto que se refieren a ella como “la enfermedad de las ciudades”.
Mi amigo Mohamed me transmitía su creciente preocupación después de visitar los centros de salud al cargo de MZC y sus socios locales en las aldeas de Ouelsebougou, curtido este hombre en muchas batallas frente a las epidemias recurrentes que golpean al país: vivió la reciente epidemia de ébola y conoce, como la gran parte de los y las malienses, los protocolos de higiene que se deben de activar, desde el lavado de manos dedo a dedo, hasta la distancia de seguridad y el gel hidro-alcohólico.
Pero para vencer al coronavirus hace falta algo más que jabón, hacen falta personal sanitario dotado de medios para poder trabajar, equipos de limpieza y desinfección de los lugares públicos, reducir lo mas posible la movilidad de las personas y sensibilización, de forma especial en las zonas rurales, sobre los riesgos de esta pandemia.
Para eso, una vez más es necesario que los países donantes, aún en las condiciones actuales, no vuelvan a dejar a África en el olvido y activen planes de emergencia para contener la pandemia y apoyar a los servicios de salud e instar al gobierno de Malí a poner en marcha un programa de ayudas sociales, que permita que las personas se queden en sus casas o que al menos no salgan de su círculo mas inmediato.
De otro modo la catástrofe que estamos viviendo en Europa y en concreto en España habrá que multiplicarla de forma exponencial con lo que puede pasar en África. Ahora ya ningún político, ninguna autoridad sanitaria, ni ningún científico podrá decir que no lo vimos venir, porque ya no hacen falta gafas, ahora solo hay que evitar mirar para otro lado.
La solidaridad no tiene fronteras o al menos no debería tenerlas: hoy más que nunca somos ciudadanos el mundo.
MILA RAMOS