La paz que queremos

Derechos Humanos

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Compartimos la última entrada del blog de Mila Ramos publicada el 22 de junio de 2025 y que puedes encontrar AQUÍ

“La guerra ha sido siempre la contrarrevolución por excelencia”. Silvia Federici

Lo último que escribí en este blog fue sobre Gaza y sobre la impunidad, sabiendo, desde luego, que nada nuevo aportaría a todo lo que ya se había dicho, a todo lo que se sigue diciendo, pues nada ha cambiado en este último año para los gazatíes, el genocidio continua y continua el juego de complicidades y de imposturas de eso que se ha dado en llamar la comunidad internacional.  Tampoco ha mejorado la situación mundial, cada vez más insegura; y con cada vez más fuerza el fantasma de la guerra, otra vez y otra  y otra vez, planea sobre los cuerpos indefensos de millones de personas, entre las cuales, cualquiera de nosotras, de nosotros, puede ser un número más.

Estados Unidos bombardea Irán y, con un discurso cínico y burdo, su presidente, hombre de rostro enrojecido y zafio lenguaje, declara que lo hace para forzar un acuerdo de paz. Una vez más, se recurre a la doctrina de la guerra preventiva, envuelta en una falsa retórica moral que asevera eso de “Si vis pacem, para bellum”, que dijo un romano antiguo, cuando ya la historia nos ha demostrado que este principio solo genera muerte, desplazamiento forzoso, refugio y control geoestratégico. Ahí lo tenemos: frente a la diplomacia, la decadencia de un imperio herido se expresa en misiles y rompe los puentes que podrían posibilitar el diálogo.

Y lo peor de todo es que este no es un episodio aislado: es el suma y sigue estructural del orden mundial neoliberal y patriarcal, que perpetúa las guerras, como una estrategia rentable para sostener la acumulación por desposesión.

Nos sobran ejemplos, y aunque la lista es larga, a la cabeza está Israel y EEUU. Frente a esta lógica militarista, urge una posición política clara. La paz no es un paréntesis entre guerras. La paz sostenida se construye desde abajo, desde los territorios donde se lucha por la tierra, por el agua, por la soberanía alimentaria, por la autodeterminación de los pueblos. Se construye en red, con manos que cuidan, que alimentan, que organizan, que desobedecen.

Me parece extremadamente acertada la reflexión de Rita Segato, cuando dice que “la guerra moderna se ha trasladado al cuerpo de las mujeres”, y por eso, y no queda otra, toda política de paz debe ser feminista, interseccional, antirracista y decolonial.

La guerra no será nunca el preludio de la paz, ni lo será de la seguridad. Hablar de seguridad no puede seguir traduciéndose por el quién es más macho en la competición armamentística, ni por la seguridad que nos creemos que nos dan los muros, ni por el aumento de la represión. La seguridad no es un privilegio de los Estados: es un derecho colectivo, tejido desde la justicia social, la reparación histórica y el reconocimiento mutuo. Cada euro destinado a defensa es un euro robado a la sanidad, a la educación, a los cuidados, a la transición ecológica.

Y ya va siendo hora de romper el consenso militarista que une a la derecha política con sectores progresistas que no nos representan. Por eso, en un contexto internacional marcado por la escalada armamentista, el alineamiento servil con la política exterior estadounidense y la creciente presión de los lobbies militares, la negativa del gobierno español a asumir el compromiso del 5% del gasto público para fines militares, es una buena señal que recibo con una mezcla de esperanza y desconfianza. Esta decisión, aunque insuficiente, fractura la lógica de que más armas garantizan la paz y la seguridad.

Que otro mundo es posible está en el horizonte de cuantos creemos en la paz positiva y durable y sabemos que la paz que queremos va a ser el producto de nuestra capacidad colectiva para transformar la rabia en estrategia y para hacer del compromiso cotidiano una forma radical de existencia.